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La Mano de Michael

miércoles, 12 de enero de 2011

Libro: La mano de Michael (Capitulo 1º) - Autora: Rafaela Rivera. Libro a la venta en Agosto

                                               
                                             La mano de Michael                                  
           

                                                       A la memoria de Michael Jackson.

                               Eres irreemplazable y único como cualquier ser     
                            humano, pero desde que tú no estás...la música llora

                                                                        Descansa en paz, Michael.
                                                 

                                                        PROLOGO

  Escribir sobre Michael Jackson ya es un reto en sí mismo. Un personaje controvertido sobre el que se ha escrito y dicho, prácticamente, de todo. Si a esto se le suma su doble condición de un ser humano extraordinario y un artista único, y cuando digo único, quiero resaltarlo, la cosa se complica aún más.
 Veréis: bailarín, coreógrafo, músico, tocaba varios tipos de instrumentos, compositor, arreglista, escritor, además de un gran dibujante, productor y redactor,redactó el Storybook  de E.T. También director de cine, pues dirigió con éxito su propio video clip Blood on the dance floor. Asimismo, fue el director artístico de su gira mundial Dangerous world tour, una tarea que se escapa a la comprensión, ya que de este mega espectáculo, evidentemente, además era el artista. También fue actor, aunque ésta no era la faceta en la que más reparásemos, no podemos pasar por alto sus impresionantes interpretaciones en todos sus video clip y cortos como Moonwalker o Ghost. Y su papel en Capitán EO y el hombre de paja en El mago de OZ.
 Sé que dejo un largo etc., de cosas a mencionar, tales como sus incontables, pero verdaderamente incontables premios y reconocimientos. Pero es que seguir hablando de su excepcional e ilimitada capacidad artística sería casi escribir otro libro. 
  Lo que no voy a dejar de resaltar era su filantropía. En la edición del año 2000 del Guinness Worl Records, es reconocido como el artista con la mayor participación en ayudas humanitarias, por contribuir en 39 instituciones benéficas. Se estima que donó unos 300 millones de dólares a dichas causas. Tras su fallecimiento, fue propuesto para el premio Nobel de la Paz, pero el Comité del citado Premio, lo desestimó por tratarse de una persona fallecida…¡Lástima, él merecía ese premio!.
  ¡Abrumador curriculum, ¿verdad?!. Y esto sólo ha sido otear un poco sobre la superficie de su creatividad y humanidad. Pero aún así, he querido intentarlo, hacer un bello recuerdo a su memoria y a todo el legado que nos ha dejado. Algo especial y diferente, que lo conserve vivo en nuestra imaginación, allí donde esté.
... Deseo haberlo conseguido.
 Una vez terminado el libro, me quedaba una pequeña parte por escribir, ésta, “el prólogo”. Hacer una breve biografía, sólo ha sido con  la finalidad de reconocer algunos o parte de sus logros.., no ha sido muy difícil… ¡es todo tan obvio!. Pero ésa no es mi forma, mi estilo de enfocar al escribir, yo quería exponer sobre él algo diferente, algo emotivo, inspirador, pero escribir sobre el hombre, su persona…¡ya es una tarea mucho más ardua!.
 Me he llevado muchas horas escuchándolo hablar en videos, leyendo sus libros y un sinfín de cosas más, para intentar  conocerlo un poco mejor,  comprenderlo un poco mejor para, así, ser lo más fiel posible al personaje y la personalidad de Michael.
 Sumergirse en la imaginación es el oficio del cerebro de todo escritor. Y yo he estado tanto tiempo sumergida en su mundo, con él, que a la hora de llegar al prólogo, cosa para la que no utilizo el pc, ya que me parece el momento más intimo y el más importante de un libro, sólo uso papel y bolígrafo, como cuando escribo un poema, quiero confesar algo; al tener ante mí los folios y dispuesta ya a comenzar a escribir, esta vez me han parecido más grandes y en blancos que nunca  y el bolígrafo mucho más pesado de lo habitual. Por un momento, he sentido la misma sensación de vacío que cuando me enteré de su muerte y.., he tenido que soltar el pesado bolígrafo, ¿por qué?.
  Me he levantado, he tratado de hallar dentro de mí la respuesta, no he tardado mucho en encontrarla y es ésta: me cuesta expresar el verdadero sentimiento que él me inspira, porque ahora que he aprendido a valorarlo mucho más por sus aptitudes y actitudes en la vida y he pasado tanto tiempo junto a él, aunque haya sido en mi imaginación, cuando pulsé la tecla de ese pequeño, diminuto “punto final” del libro, mi tiempo junto a Michael terminó  y sé que el motivo de no poder seguir escribiendo más sobre él, es porque ahora, realmente.., ¡lo echo de menos!.
  Quizás nunca peor prólogo, tal vez sólo un pequeño homenaje a UN ARTISTA, a UN HOMBRE, a UN CORAZON llamado… ¡MICHAEL JACKSON!.



                             La mano de Michael

( Capitulo 1º)

   El día había transcurrido como cualquier otro, eso sí, lo había dedicado por completo a escribir el libro que entonces ocupaba mi tiempo. No me había levantado del ordenador, más que para tomar algo o ir al baño. Sólo de vez en cuando, estiraba las piernas asomándome al balcón.
Cayó la noche y me acosté, sin ni tan siquiera haber puesto el televisor ni la radio en todo el día.
  Estaba muy cansada y aunque las nuevas ideas para el libro, las nuevas frases, no cesaban de dar vueltas en mi cabeza, no tardé en quedarme profundamente dormida. Pero algo me despertó de madrugada y comencé a dar vueltas en la cama, quería volver a dormir pero cada vez me estaba poniendo más y más nerviosa.  Se me había olvidado guardar dentro de un cajón el reloj de la mesilla, cosa que como ritual, hacía cada noche, pues no hay nada que me molestase más que oír, en el silencio, sus pequeñas manecillas haciendo tic-tac. Ese ruidillo monótono e implacable ya pudo del todo con mis nervios.- ¡Dios!, ¿por qué siempre se me olvida comprar otro reloj?.- Dije en voz alta levantándome de la cama. Hacía calor y estaba malhumorada por haberme despabilado, ahora sería incapaz de volver a conciliar el sueño en varias horas.
 Fui a la cocina, cogí un zumo fresco y me senté en el salón a fumarme un cigarrillo.¡Efectivamente!, el sueño parecía que me había abandonado por completo dando paso a un estado de inquietud que no comprendía, por lo que cogí el mando del televisor y lo encendí para distraerme un rato, la cadena que salió era de noticias.Más pendiente de averiguar por qué me sentía tan nerviosa que de la televisión, miraba la pantalla un poco abstraída, cuando vi una ambulancia y coches de policía. Era evidente que hablaban de alguna tragedia ocurrida y, enseguida oí como una locutora decía: “¡Michael Jackson ha muerto!”.  Aquella frase pareció inundar toda la estancia, era como si la mujer del televisor hubiera entrado en mi casa y me hubiera dicho aquello a la cara pero sin la calidez ni el consuelo de haber cogido mi mano. Me sentí tremendamente sola, como si se hubiera hecho un gran vacío a mí alrededor.
  Durante unos segundos fui incapaz de reaccionar, trataba de digerir y asumir la noticia,  pero mi mente y las imágenes parecían no ponerse de acuerdo y es que simplemente… ¡no podía creerlo!. Continué atónita no sé qué tiempo, hasta que vi los rasgos de su cara, con los ojos cerrados y la boca entubada, mientras lo trasladaban en una ambulancia. Al fin, empecé a encajar y comprender que lo que veía y escuchaba era real, Michael había fallecido. Recuerdo que sin poder ni querer evitarlo.., lloré.  Lo extraño es que lo hice como si de algún ser querido se tratase, cuando ni tan siquiera lo había visto nunca actuar en directo, jamás estuve cerca de él, ni lo había pretendido. Era una persona absolutamente ajena a mi vida y, sin embargo, sentí que mi nerviosismo se debía a aquel suceso, como si de alguna extraña forma lo hubiera presentido y por ello me había despertado así, sentía una conexión que no podía comprender pues, como ya he dicho, ni tan siquiera le conocía.
  Quizás, aquella pena se debía a que había crecido con su música y sus bailes, tenía casi todos sus álbumes y conciertos que había visto mil veces. De esa manera, sí formaba  parte de mi vida, de mis recuerdos de juventud, ahora yo tenía cuarenta y seis años y no podría contar las veces que he bailado sus canciones.
Bailar, bailar era lo que más me había gustado siempre y cuando sonaba alguna canción de él, mis pies, sencillamente, no podían quedarse quietos. ¿Cuántas veces habría yo pedido a los dj algún tema de Michael como Bad o Make me feel y.., ¡tantos otros!.
  Fui profesora de baile hasta que una lesión de columna me apartó de la música, de mi academia y de los escenarios hacía ya varios años y, ese hecho me tenía frustrada y deprimida pues parecía que me hubiesen cortado las alas y con ellas mis sueños y mis ganas de casi todo.
  No conseguí ni busqué ser notable ni famosa, mis aptitudes no llegaban a tanto, pues no le dediqué el suficiente tiempo ya que no era mi aspiración ni mi meta. Pero enseñaba bien, era buena profesora. Y cuando bailaba en algún escenario, ya fuera grande o pequeño, era como si me transportase a otro lugar, lejos de donde estaba realmente; dejaba de ver al público y me veía…no sé donde pero… ¡absoluta y plenamente feliz!. El baile había sido mi mundo durante años, mi sueño hecho realidad y ya jamás, jamás volvería a bailar.
  Tal vez, en mi caso, era por eso que admiraba doblemente a Michael, sabía que tendría el cuerpo destrozado, es el precio del baile, y sabía por experiencia, que los dolores debían de ser terribles, luego entonces ¿cómo lo hacía?, ¿de dónde sacaba las fuerzas para convertir un cuerpo dolorido en belleza y sincronización?. 
 Siempre lo imaginaba, antes de salir al escenario, entre médicos, inyecciones y quiroprácticos…¡todo un suplicio!, pero también sabía que cuando sonaban los primeros acordes, todo aquello desaparecía  y él se convertía en música y era… volátil, en canciones y era… pasión, en ritmos que hacían vibrar su alma haciendo punto de contacto hasta el último de sus huesos y sus músculos y entonces era…¡libre de su propio cuerpo!, de cualquier lastre que lo lastimase, lo atase o lo hiciera sufrir y ahí, en esos momentos, ¡casi místicos!, “Dios estaba con él, en él”, pues de no ser así, aquella magia y aquel “milagro” de transformación y perfecta conjunción con la música y el entorno no hubieran sido posibles. El se convertía en cada acorde, en cada nota musical, cada instrumento. No se trataba de que los sintiera y los interpretara con su voz y sus movimientos, es que se manifestaban a través de él cobrando forma y vida; percusión, teclado, cuerda, viento, estaban y nacían en él y se engrandecían con él, como si cada instrumento diera las gracias por sonar al unísono con aquel hombre.
 El magnificó la música al igual que ésta lo magnificó a él, quizás es que eran la misma cosa, la misma esencia. Por eso era Michael Jackson, alguien único e irrepetible como lo es un poema.
  En los días posteriores, había vuelto a escuchar todos sus temas, andaba pendiente de cualquier noticia y devoraba todo lo que podía encontrar de él en internet, tal vez para no dejar que se marchara tan de repente y, he de confesarlo, también sentía que dejaba desamparados y huérfanos de compasión y apoyo, a tantos y tantos niños a los que ayudó y salvó de la miseria y la muerte. Alguien tan especial, tan lleno de amor como de música y creatividad, no podía irse así, sin más y, en definitiva, hice lo que creo que hicieron millones de personas en todo el mundo, tratar de retenerlo, de alguna forma, un poco más, unas canciones más.., unos pasos de baile más.
 El fin de semana siguiente, me marche a la playa con unas amigas y mi sobrina Eloísa, la cual también estaba afectada por el suceso. Creo que estábamos deseando de pasar unas horas juntas para hablar sobre él y así lo hicimos. Hablamos y hablamos durante toda la mañana sobre Michael. Parecíamos dos adolescentes hablando de su ídolo, pero no era así, era algo más, pues no solo hablábamos con admiración, sino con dolor y una gran ternura sobre su persona y lo mucho que debía de haber sufrido. Elucubramos cuanto pudimos sobre él, como si fuésemos sicólogas capaces de entender al hombre más que al artista.
  Acabábamos de almorzar y me tumbé bajo la sombrilla. Pensaba en Michael, no podía evitarlo, pues aún me sentía muy triste por su fallecimiento y por todo lo que nuevamente se volvía a escuchar sobre él; verdades, mentiras. Ahora, estaba segura, comenzaba en verdad “la gran especulación”  sobre todo lo que a él concernía.- ¡Qué pena!. - Me dije para mí. - ¡Aún era un hombre joven y debería de estar tan emocionado con sus próximos conciertos!. - Aunque en alguna ocasión le había oído decir que “no le gustaba ir de gira, que ya estaba cansado”, yo sabía que sólo era una verdad a medias, una verdad dicha a un periodista desde la distancia del calor del escenario y de sus fans, ya que Michael.., ¡vivía para ellos!.
  Un artista y en su caso, un maestro del espectáculo, un genio de esos que nacen de tanto en tanto tiempo que es, por fabular, como si Dios tuviera en un frasco guardado todos los dones maravillosos y al abrirlo se le cayese una gota y ésta bendijese a alguien al azar y así se convirtiera en un ser único y extraordinario. Seguramente sobre Michael cayeron varias; la voz, el baile, la creatividad y ese amor generoso que manifestaba, no sólo en sus letras, sino en la vida real. Esas gotas hicieron de él, el artista más singular y perfecto que haya pisado jamás un escenario. Y un artista nunca deja de serlo, lo es cada día y durante las veinticuatro horas.
  Lo que muchos llamaban en él “rareza y extravagancia”, solo era peculiaridad, porque así son los grandes, peculiares y distintos y lo distinto, solo por el mero hecho de serlo, es igualmente criticado que admirado. Hay sutilezas que poco o nada tienen que ver con quien somos realmente y el desarrollo de nosotros mismos como personas, con nuestro crecimiento espiritual y humano que es lo que verdaderamente importa y lo que, lamentablemente, casi siempre, nos pasan desapercibidas.
  ¿Cansado de ir de gira?...sigo manteniendo que lo dudo, él era arte en movimiento aún cuando estaba quieto y callado, bastaba mirarlo y ver su “peculiaridad”.
   El artista vive para el escenario y muere fuera de él y Michael, en cada actuación, irradiaba vida por cada poro, se le veía henchido y pleno. ¡Debe de ser tan hermoso sentir esa emoción!, ¿qué sentiría en el alma, en todo su ser, cuando aparecía en el escenario y podía ver aquella gigantesca masa de gente que lo aclamaba enloquecida?, ¿cómo se vivirá una experiencia así?, ¿qué pasará por la cabeza en esos momentos?, ¡debía de ser algo extraordinario, casi irreal!.  
Era como si se fundiera con aquella gente, como si se dispersase sobre ellos, conectando con cada persona y formando así una sola energía vibrando y latiendo al unísono. Eso, que no es perceptible a la vista, era lo que nos captaba la atención a todos, lo que nos cautivaba. Evidentemente, hay muchos artistas de los que nos gusta oír sus canciones, a los que acudimos a ver sus conciertos y saltamos, gritamos y cantamos con ellos sus temas pero Michael.., ¡nos daba algo más!, ¡nos hacía sentir algo más!. Eso es lo que lo hizo único, eso sencillamente es lo que se le llama, casi sin reparar en la importancia de las palabras, “ser artista”, algo que no se puede describir ni escribir apenas, sólo se puede percibir.
  Recordé uno de sus conciertos en Bucarest; ¡qué emocionante hacía el momento en el que, tras unos minutos de inmovilidad absoluta ante su público, encima del escenario, como si de un muñeco de cera o de una estatua se tratase, de súbito, giraba la cabeza hacia el otro lado!, solo hacía eso…¡girar la cabeza y todos enloquecían!. Luego, se quitaba lentamente las enormes gafas de sol dejando ver su cara casi angelical, esa mirada dulcísima que transmitía carisma y amor a la vez. Tras unos segundos, una rápida vuelta sobre la bola del pie y una alta patada al aire, tiraba las gafas a algún rincón del escenario, y podíamos ver como su expresión cambiaba dando paso a la fuerza, a la furia del artista, a aquella arrolladora energía. Su primer grito y… ¡la magia comenzaba!.
 Recordé  a sus fans, enloquecidos porque al fin podían ver su rostro, ¡qué radiante estaba!. Cualquier estilo, cualquier elemento decorativo le sentaba bien y lo lucía con elegancia, eso no es fácil. Esto era algo más a destacar en él, Michael destilaba elegancia en cada movimiento, en cada postura. Por un momento parecí unirme a ellos y sentir esa emoción, la música vibrando en mi estómago y mis ojos llenos, repletos de aquella visión casi de fantasía que solo él lograba conseguir y… sonreí.
 Así me quedé dormida con la suave brisa del mar en mi cuerpo y con el sonido de olas acompañando el recuerdo que, insistente, no dejaba de dar vueltas en mi cabeza, la imagen de Michael.
  No debió de pasar mucho tiempo cuando algo, leve pero punzante, me sacudió  y, en un instante, me ví, a mi misma, tumbada en la arena, sobre la toalla. ¿Qué estaba ocurriendo?, ¡aquella era yo!, ¡era mi cuerpo con mi bikini de florecitas de colores, mi bolso con los enseres de playa y mis amigas con mi sobrina, conversando y riendo pero!… ¡no las escuchaba, no oía nada en absoluto!. Estaba paralizada, tratando de comprender que me estaba sucediendo y fijé la vista en mí, me había dormido con una mano sobre el estómago, me observé con más atención y noté que éste no se movía, ¡Dios mío!, ¡no estaba respirando!. Volví a mirar a “las niñas”, que era como yo las apodaba con cariño, seguían conversando y riendo junto a mí, con la tranquilidad de que yo dormía plácidamente. Iba a hacerles un gesto para que me mirasen, para que vieran que algo me ocurría, que no respiraba, pero el brusco movimiento de alguien me hizo girar la cabeza. Era un ex novio mío con el que, desde hacía años, coincidía en la playa. No nos hablábamos allí, pero manteníamos una buena relación de amistad y cariño, pero él ya estaba casado y su familia, lógicamente, siempre estaba junto a él, así que pasábamos el tiempo distrayéndonos, entre sonrisas y miradas de complicidad y seguro que en ese momento me estaba mirando y se había percatado de que no me movía, intuyó el peligro, por eso corrió hacia mí y se tiró de golpe sobre mi pecho para oír si latía o no mi corazón. Esto hizo que todos reaccionaran.
 Mi sobrina, cogiéndome la mano, no paraba de decirme no sé qué cosas, mis dos amigas, Toñi y Águeda, tampoco paraban de tocarme, mientras él, que había hecho varios años de medicina sin terminar la carrera, me hacia un masaje cardiovascular.- ¡Uno, dos, tres..!.- Y paraba para luego continuar. Podía ver como el sudor bañaba su desencajada cara y que ellas, cada vez lloraban y gritaban con más fuerza, pero sólo podía ver las gesticulaciones de los gritos en sus caras de angustia y de miedo pero…seguía sin poder oírlas. ¿Qué estaba ocurriendo?, el pánico comenzó a apoderarse de mí y me refugié en pensar que aquello sólo era una terrible pesadilla, tenía que despertar como fuera, como fuera. -¡Despierta!, ¡despierta!. – Me gritaba a mí misma mientras apretaba mis ojos con fuerza, pero volví a abrirlos y vi como él ya golpeaba mi pecho, enloquecido, con el puño cerrado.
Mi sobrina echó a correr, completamente fuera de sí, por la playa, por entre la multitud que cada vez hacía un cerco más cerrado y más apretado en torno a mi cuerpo. Quise correr tras ella, decirle que yo estaba allí, que me mirase, que no iba a abandonarla. Cayó de rodillas sobre la arena, medio desplomada, igual que un saco pesado y roto. No podía soportar verla así, nunca había podido verla sufrir y saber que aquella desesperación era por mí se me hacía insoportable.- ¡No!, ¡no llores!, ¡estoy aquí, contigo!, ¡mírame por Dios!, ¿no me ves?.- Volví a comprender que ni tan siquiera me oía y quise correr hasta ella, abrazarla, hacer que me sintiera a su lado. - ¡No llores, Eli!, ¡deja de llorar!, ¡te quiero, cariño!, ¡te quiero tanto!.- No paraba de repetírselo a gritos, sin moverme del sitio, pues yo seguía junto a mi cuerpo. La impotencia y la angustia eran casi insoportables, veía como mi sobrina se tiraba enloquecida del cabello y se abofeteaba la cara, seguramente ella también deseaba creer que era una pesadilla y quería así despertar. - ¡Para, cariño!, ¡para!, ¡ya basta, por Dios¡.- Pero todos mis gritos eran en vano, no podía hacer nada en absoluto.
  Águeda, se había abrazado a mi cintura y se asía a mí con fuerza y Toñi acariciaba mis piernas como una autómata, sentada junto a mí, sobre sus rodillas, no dejaba de balancearse y mover los labios como repitiendo sin cesar una letanía, su mirada estaba perdida en algún minúsculo puntito de la arena. Me invadió una tremenda pena de no poder abrazarlas tampoco, de decirles cualquier cosa, sobre todo que también las quería con el alma y que, igualmente, no podía soportar sentir que sufrían sin poder evitarlo, cuando noté que algo atravesó mi espalda y me agarró, desde atrás, por entre la columna vertebral hasta el ombligo dándome un fuerte tirón hacia arriba, elevándome sobre la gente. Así estuve, no sé qué tiempo, flotando mientras lo seguía observando todo y entonces comprendí.., ¡estaba muerta!.
  Desde ese instante, una vorágine de acontecimientos me envolvió. Tuve la certeza de estar pensando en mil cosas a la vez, en que había visto mil cosas a la vez que seguían pasando ante mí a una velocidad vertiginosa pero, a la par, comprensibles y nítidas. Pero no quise seguir mirándolas, sólo quería retener un pensamiento en mi mente…¡Manuel, mi hijo!.  No lo había visto en varios días y quería volver a verlo, necesitaba besarlo, abrazarme a él y aferrarme a sus brazos. - ¡Mi hijo!, ¿dónde está mi hijo?. - Gritaba con todas mis fuerzas. El ansia, la necesidad irrefrenable de volver a verlo, me hizo intentar girar y “volar” a buscarlo, ¡tenía que estar a su lado!, ¡decirle mil cosas!, aún no podía marcharme, no quería que pasara por el sufrimiento de perderme y aquellas ganas, aquella necesidad se iban acrecentando cada vez más en mí, hasta hacerse casi insoportable, hasta sentir que nada me frenaría hasta llegar junto a él. Como un ave que va a lanzarse a volar desde lo alto de una colina, yo hice el intento de volar hasta donde, de una forma incomprensible, supe que mi hijo se encontraba y, justo en ese instante, un fuerte tirón volvió a arrastrarme obligándome a subir más y más alto, hasta que todo se iba alejando de mi vista y de mi alcance.
 No dolía, aunque era una fuerza extraordinaria la que agarraba mi ombligo. Así, continúe elevándome hasta que dejé de ver incluso el mar y, a una velocidad incomprensible, aquello que tiraba de mí, me hizo adentrarme en una especie de túnel, redondo y translúcido.Vi que había gente que se movía y que querían acercarse a mí, de entre las paredes que giraban en círculo de aquel túnel y, de alguna forma, comprendí que si dejaba que sucediera, que se acercaran,  ya todo acabaría allí, no habría vuelta atrás, me adentraría con ellos en aquellas paredes, seguramente para quedarme allí y me negué con todas mis ganas a aceptarlo. Pensar que no volvería a ver a mi hijo me aterrorizó tanto que necesité que alguien me explicara qué hacer para salir de allí, para regresar y, seguramente, porque en los días anteriores había estado embebida en la muerte de Michael Jackson y también porque fue mi último tema de conversación, lo sentí tan cercano a lo que me estaba ocurriendo a mí que, sin más, grité con fuerza su nombre. - ¡Michaeeeel!, ¡Michaeeel!. -En ese instante, en vez de continuar ascendiendo por el túnel, mi cuerpo giró hacia la derecha y atravesé las paredes. Fue como pasar por entre una tupida y gigantesca tela de araña, de la cual no sentí contacto o roce alguno sobre mi piel.  
  De pronto, me pararon en seco y me depositaron suavemente en el suelo, me encontré de pie sobre una especie de bruma que me cubría hasta las rodillas, sin dejarme ver qué había debajo. Miré hacia todos lados y sólo una inmensidad vacía y llana era lo que me envolvía. No había nada más, nada en absoluto y nuevamente el terror se apoderó de mí, el miedo y la desesperanza de sentir que quizás me quedaría allí para siempre, sola, de que no hubiese nada más, hicieron que me arrodillase, y caí como una muñeca de trapo, hundiendo mi cabeza en la niebla.
  Estuve así, no sabría valorar qué tiempo, hasta que poco a poco volví a incorporarme. La neblina había crecido y me rodeaba ya por completo mientras yo no paraba de llorar cada vez con menos fuerza por el inmenso abatimiento que sentía. La soledad me envolvía lo mismo que la niebla. Ya no sabía qué pensar ni qué hacer, aquella sensación de vacío comenzó a hacerme temblar y sentí una inmensa pena de mí misma y tomé una decisión; me tumbaría y me quedaría allí hasta dejar que aquello terminase conmigo definitivamente, me había vencido por completo al desconsuelo y me abandonaría a mi suerte y así lo hice, me abandoné, me dejaba abandonar conscientemente. Quería que la niebla me tragase, me sumergiese en ella y morir definitivamente, no sólo con el cuerpo sino también con el alma, sólo quería desaparecer y, de alguna forma, sabía que aquella era la manera de lograr la verdadera muerte, que el final absoluto de todo era… dejarme vencer.  Lentamente inicié el ademán de agacharme, cerré los ojos y me dejé llevar por la oscuridad, el silencio y aquel sobrecogedor y terrible vacío.
  Sentía que cada vez me alejaba más de allí, de mí misma y lo estaba consiguiendo pues cada vez me apartaba más y más de todo, hasta de cualquier recuerdo y sentí que la luz se me apagaba dentro, igual que se apaga la llama diminuta y frágil de un pequeño candil y dije en voz alta.- ¡Señor, perdóname si  he faltado a tu voluntad al no querer seguir por el tunel!. ¡Haz con mi alma lo que quieras, pues yo no sé qué hacer con ella!. -  Me estaba inundando de paz, quizás por el mero hecho de no sentir nada y eso era justo lo que quería, dejar de sentir el pavor de verme allí sola,  cuando de entre la niebla vi una mano que se extendía abierta hacia mí. Sentí que era consoladora, que quería rescatarme de aquel vacío, de devolverme mi luz y, sin dudarlo, me así a ella. La noté cálida y tan suave como la de un niño pequeño, pero era una mano grande y fuerte, era sin duda la de un hombre que, con suavidad, tiraba de la mía levantándome hasta él. De repente, de una forma inverosímil, ante aquel contacto, la niebla se esfumó y pude ver a quién pertenecía aquella mano reparadora, era la mano de Michael Jackson.      
  Me sentí tan reconfortada, tan emocionada de saber que no estaba sola, de ver una cara conocida, aunque no amiga, que, instintivamente, me abracé a él. Su abrazo fue tan efusivo como el mío y allí, en medio de aquella nada, nos mantuvimos abrazados, sintiendo que tal vez no todo había terminado, que había algo más, alguien más con quien compartir lo que aconteciese y percibí que él sentía lo mismo y nuevamente rompí a llorar apretando mi cara contra su pecho, pues era más alto que yo y con su mano, la cual era extraordinariamente grande, rodeó mi cabeza con cariño, con una ternura tal que me hizo sentir, aún si cabía, más emoción. Su voz era amable, muy amable y sonó tan cálida como su caricia, como una música que lo inundó todo cuando sólo susurró a mi oído.
-  ¡Chisss!, ¡tranquila¡… ¡tranquila!.- Y comenzó a tararearme una música que no reconocí y así, poco a poco me fui relajando y me dejé llevar en sus brazos que me mecían con suavidad, como se mece a una niña, hasta que dejé de llorar. Me aparté un poco para poder mirarlo y, en agradecimiento, le sonreí. El me devolvió la sonrisa como entendiendo mi mensaje y volví a abrazarlo.
-  ¿Vas a llorar otra vez?. - No hubo ningun tono de reproche, fue sólo una pregunta. -  Puedes hacerlo si quieres. Yo me quedaré así, te abrazaré todo el tiempo que necesites. - No sé si comprendió cuanto significaron aquellas palabras para mi, seguramente sí.
-  ¡No!, no voy a llorar, sólo que… tu abrazo me reconforta.
-  Y a mí el tuyo, también necesitaba un abrazo, un contacto. – Y nos apretamos un poco más fuerte.- Continuaba tarareándome algo y su voz traspasaba más allá de mis oídos y el débil balanceo que provocaba, sobre mi cabeza, su pausada respiración… ¡me alivió tanto!…

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